Fernando VII de España
Fernando VII de España | ||
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Rey de España | ||
Retrato de Fernando VII con uniforme de capitán general, por Vicente López Portaña (c. 1814-1815). Óleo sobre lienzo, 107,5 x 82,5 cm. Museo del Prado (Madrid). | ||
Rey de España | ||
19 de marzo-6 de mayo de 1808 | ||
Predecesor | Carlos IV | |
Sucesor | José I | |
11 de agosto de 1808[nota 1] o 4 de mayo de 1814[nota 2]-29 de septiembre de 1833 | ||
Predecesor | José I | |
Sucesor | Isabel II | |
Información personal | ||
Tratamiento | Su Católica Majestad | |
Nacimiento | 14 de octubre de 1784 San Lorenzo de El Escorial, España | |
Fallecimiento | 29 de septiembre de 1833 (48 años) Madrid, España | |
Entierro | Cripta Real del Monasterio de El Escorial | |
Familia | ||
Casa real | Borbón | |
Padre | Carlos IV de España | |
Madre | María Luisa de Parma | |
Consorte | Ver lista María Antonia de Nápoles (1802-1806) María Isabel de Braganza (1816-1818) María Josefa Amalia de Sajonia (1819-1829) María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1829-1833) | |
Descendencia | Véase Matrimonios y descendencia | |
Carrera militar | ||
Conflictos | Ver lista Guerra de la Independencia Española (1808-1813) Guerras de independencia hispanoamericanas (1808-1833) Intervención francesa en España (1823) | |
Firma | ||
Escudo de Fernando VII de España | ||
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Fernando VII de España, llamado «el Deseado» o «el Rey Felón»[2] (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784-Madrid, 29 de septiembre de 1833), fue rey de España entre marzo y mayo de 1808 y, tras la expulsión del «rey intruso» José I Bonaparte y su vuelta al país, nuevamente desde mayo de 1814 hasta su muerte, exceptuando el breve intervalo en 1823 en que fue destituido por el Consejo de Regencia.
Hijo y sucesor de Carlos IV y de María Luisa de Parma, depuestos por obra de sus partidarios en el Motín de Aranjuez, pocos monarcas disfrutaron de tanta confianza y popularidad iniciales por parte del pueblo español. Obligado a abdicar en Bayona, pasó toda la guerra de Independencia preso en Valençay, donde incluso llegaría a solicitarle a Napoleón Bonaparte ser hijo adoptivo suyo, mediante la siguiente carta:[3]
Mi mayor deseo es ser hijo adoptivo de S. M. el emperador nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida, tanto por mi amor y afecto a la sagrada persona de S. M., como por mi sumisión y entera obediencia a sus intenciones y deseos.
A pesar de ello, continuaba siendo reconocido como el legítimo rey de España por las diversas Juntas de Gobierno, el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz. Ante el avance francés en la península y lo prolongado del conflicto, las Juntas de la América española comenzaron a actuar de forma más autónoma, hasta el punto de desembocar en un proceso que llevaría a la independencia de todos los territorios americanos, a excepción de Cuba y Puerto Rico.
Tras la derrota de los ejércitos napoleónicos y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón le devolvió el trono de España con el tratado de Valençay. Sin embargo, el Deseado pronto se reveló como un soberano absolutista y, en particular, como uno de los que menos satisficieron los deseos de sus súbditos, que lo consideraban una persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó, en buena medida, hacia su propia supervivencia.[cita requerida]
Entre 1814 y 1820 restauró el absolutismo, derogando la Constitución de Cádiz y persiguiendo a los liberales. Tras seis años de guerra, el país y la Hacienda estaban devastados, y los sucesivos gobiernos fernandinos no lograron restablecer la situación.
En 1820 un pronunciamiento militar dio inicio al llamado trienio liberal, durante el cual se restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, produciéndose una nueva desamortización. A medida que los liberales moderados eran desplazados por los exaltados, el rey, que aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis, en 1823.
La última fase de su reinado, la llamada Década Ominosa, se caracterizó por una feroz represión de los exaltados, acompañada de una política absolutista moderada o incluso liberaldoctrinaria que provocó un profundo descontento en los círculos absolutistas, que formaron partido en torno al hermano del rey, el infante Carlos María Isidro. A ello se unió el problema sucesorio, sentando las bases de la Primera Guerra Carlista, que estallaría con la muerte de Fernando y el ascenso al trono de su hija Isabel II, no reconocida como heredera por el infante Carlos.
En palabras de un reciente biógrafo, Rafael Sánchez Mantero:
Si en algo se caracteriza la imagen que Fernando VII ha dejado a la posteridad es en el unánime juicio negativo que ha merecido a los historiadores de ayer y de hoy que han estudiado su reinado (...) Resulta lógico entender que la historiografía liberal fuese inmisericorde con aquel que intentó acabar con los principios y leyes triunfantes en las Cortes gaditanas (...) La historiografía sobre Fernando VII ha ido evolucionando de tal manera que los estudios recientes han abandonado las diatribas decimonónicas para presentar un panorama más equilibrado (...) La Historia reciente... considera a Fernando VII simplemente como un rey con muy escasa capacidad para enfrentarse a los tiempos en los que le tocó reinar. Con todo, resulta difícil encontrar algún estudio, ya sea del pasado o del presente, en el que la figura de este monarca genere la más mínima simpatía o atractivo. Sin duda, ha sido el monarca que peor trato ha recibido por parte de la historiografía en toda la Historia de España.[4]
Según su más reciente biógrafo, Emilio La Parra López:[nota 3]
Desde 1814 hasta su muerte, salvo el intervalo constitucional de 1820-1823, su política consistió en el control personal del poder, valiéndose de la represión de toda disidencia y de unos servidores cuya única pauta de comportamiento fue la fidelidad ciega a su señor. Fernando VII gobernó a su manera, como un déspota, escuchando los consejos que en cada ocasión le convenían, sin ajustarse a ningún precedente específico y como nadie lo haría después que él.
Índice
1 Vida
1.1 Infancia, educación y familia
1.2 Oposición a Godoy
1.3 La primera llegada al trono y las Abdicaciones de Bayona
1.4 Los monarcas con Napoleón
1.5 El regreso de El Deseado
1.6 Reinado
1.6.1 Primer sexenio absolutista
1.6.2 Triunfo temporal de los liberales y gobierno constitucional
1.6.3 Intervención de las potencias y restauración absolutista
1.6.4 Absolutismo y reformismo moderado
1.7 Sucesión de Fernando VII
1.8 Legado
2 Matrimonios y descendencia
3 Ancestros
4 Personalidad de Fernando
4.1 Aspecto y problemas físicos
4.2 Carácter
5 La imagen del rey Fernando ante sus súbditos
6 Fernando VII y las artes y las ciencias
7 Órdenes
7.1 Reino de España
7.2 Extranjeras
8 Anecdotario
9 En la cultura popular
10 Sucesión
11 Véase también
12 Notas
13 Referencias
14 Bibliografía
15 Enlaces externos
Vida
Infancia, educación y familia
Fernando de Borbón vino al mundo en vida de su abuelo Carlos III, el 14 de octubre de 1784, en el Palacio de El Escorial.[6][7] Fue bautizado con los nombres de Fernando, María, Francisco de Paula, Domingo, Vicente Ferrer, Antonio, Joseph, Joachîn, Pascual, Diego, Juan Nepomuceno, Genaro, Francisco, Francisco Xavier, Rafael, Miguel, Gabriel, Calixto, Cayetano, Fausto, Luis, Ramón, Gregorio, Lorenzo y Gerónimo.[8] Fue el noveno de los catorce hijos que tuvieron el príncipe Carlos, futuro Carlos IV, y María Luisa de Parma.[9] De sus trece hermanos, ocho murieron antes de 1800.[9] Se convirtió en príncipe de Asturias al cumplir el primer mes, pues en esa fecha murió su hermano mayor Carlos, de solo catorce meses de edad.[6] El propio Fernando sufrió una grave enfermedad a los tres años de edad y tuvo durante toda su vida una salud delicada.[10] De niño era retraído y callado, con cierta tendencia a la crueldad.[11] Tras la subida al trono de su padre en 1788, Fernando fue jurado como heredero a la Corona por las Cortes en un acto celebrado en el Monasterio de San Jerónimo de Madrid el 23 de septiembre de 1789.[12]
El preceptor inicial del príncipe fue el padre Felipe Scio, religioso de la Orden de San José de Calasanz, hombre culto e inteligente que ya era preceptor de las infantas.[11] Con fama de gran pedagogo, enseñó al príncipe a leer y a escribir y la gramática latina.[13] En 1795 el padre Scio fue nombrado obispo de Sigüenza y su puesto pasó a ser ocupado por el canónigo de la catedral de Badajoz Francisco Javier Cabrera, quien acababa de ser preconizado obispo de Orihuela.[11] El plan de educación del príncipe que Cabrera presentó al rey incluía la profundización en el latín y el estudio de «las demás lenguas vivas que fueran del Real agrado de V.M.», así como de la Historia de España, la Geografía y la Cronología, pero lo fundamental sería la educación «en materia de Religión», «tan necesaria para el Gobierno de los Estados y su subsistencia» ya que «todo el poder del príncipe sobre sus súbditos viene de Dios, y que le ha dado esta potestad para que les prepare en la tierra la felicidad temporal, como medio de la que se espera eterna». También consideraba fundamental la práctica de «aquellas virtudes heroicas que hacen a los reyes amados de Dios y de sus vasallos», una propuesta que coincidía con el ideal educativo de los ilustrados españoles. La propuesta de que fuera el obispo Cabrera el sustituto del padre Felipe Scio fue obra del favorito Manuel Godoy, quien asimismo colocó junto al príncipe a otro paisano suyo de Badajoz, el también canónigo ilustrado Fernando Rodríguez de Ledesma, encargado de enseñarle Geografía e Historia, pero este duró poco tiempo a causa de un serio ataque de gota, siendo sustituido por el canónigo Juan Escoiquiz, también a propuesta de Godoy.[14] Como maestro de dibujo Cabrera nombró al pintor Antonio Carnicero, y de latín y de filosofía al sacerdote Cristóbal Bencomo y Rodríguez, quien junto con Escoiquiz fue el profesor más apreciado por el príncipe, además de convertirse ambos en las personas que más influencia ejercieron sobre él.[nota 4]
Oposición a Godoy
En 1799 murió el obispo Cabrera, siendo sustituido como preceptor del príncipe por Escoiquiz. Este, junto con el nuevo ayo del cuarto de Fernando, el duque de San Carlos que había sustituido el año anterior al primer ayo del príncipe el Marqués de Santa Cruz, se ocuparon de indisponer a Fernando con el favorito Godoy, que acababa de perder el poder, aunque dos años más tarde lo recuperaría —el canónigo Escoiquiz en cuanto cayó Godoy, a quien había adulado para obtener el puesto que tenía en la educación del príncipe de Asturias, se apresuró a escribir un duro alegato contra aquel titulado Memoria sobre el interés del Estado en la elección de buenos ministros—.[16][11] Uno de los falsos argumentos que utilizó Escoiquiz para denigrar a Godoy fue que este, tras su matrimonio con María Teresa de Borbón y Vallabriga, sobrina del rey, aspiraba a ocupar el trono tras la muerte de Carlos IV. Sin embargo, poco después tanto Escoiquiz como el duque de San Carlos fueron destituidos de sus cargos de maestro del príncipe y de ayo de su cuarto, respectivamente, por orden del rey Carlos IV. El cargo de ayo pasó al duque de la Roca, hombre de confianza de Godoy.[17]
Alentado por su joven esposa María Antonia de Nápoles,[18] con quien había contraído matrimonio en 1802 cuando contaba dieciocho años de edad,[19] el príncipe Fernando se enfrentó a Manuel Godoy y a su madre, la reina María Luisa, con quien la princesa María Antonia mantenía una mala relación personal —la animadversión era mutua; María Luisa le escribió a Godoy: «¿Qué haremos con esa diabólica sierpe de mi nuera y marrajo cobarde de mi hijo?»—. A María Antonia no le fue muy difícil ganarse la voluntad de su marido, entre otras razones porque tampoco tenía ninguna simpatía por Godoy, ni las relaciones con su madre eran muy buenas.[20] Así fue como surgió en la corte de Madrid el llamado «partido napolitano» en torno a los príncipes de Asturias y en el cual tenía un papel destacado el embajador del Reino de Nápoles, el conde de San Teodoro, y su esposa, además de varios importantes nobles españoles, como el marqués de Valmediano, su cuñado el duque de San Carlos, el conde de Montemar y el marqués de Ayerbe. Este «partido napolitano» comenzó a lanzar todo tipo de insidias contra Godoy y contra la reina María Luisa, que la reina madre de Nápoles, María Carolina, instigadora de las acciones de su hija, se ocupaba de difundir por toda Europa. La reacción de Godoy fue fulminante: en septiembre de 1805 ordenó la expulsión de la corte de varios nobles del entorno de los príncipes de Asturias, entre los que destacaban el duque del Infantado y la condesa de Montijo. El golpe definitivo lo propinó Godoy meses después cuando entre otras medidas expulsó de España al embajador de Nápoles y su esposa, poco después de que a finales de diciembre de 1805 el reino de Nápoles fuera conquistado por Napoleón y la reina María Carolina destronada, con lo que desaparecía la que había sido el principal referente político de los príncipes de Asturias.[21]
En mayo de 1806 falleció la princesa de Asturias,[18] pero esto no impidió que Fernando continuara con su actividad política clandestinamente, apoyándose en su antiguo preceptor, el canónigo Escoiquiz, y en el duque de San Carlos, que encabezaba el nutrido grupo de nobles que se oponían a Godoy. Así fue cómo el «partido napolitano» se transformó en el «partido fernandino»,[22] que según el historiador Sánchez Mantero era heredero del antiguo «partido aragonés».[nota 5] La nobleza descontenta trataba de usar la figura del príncipe, preterido por Godoy, como núcleo agrupador de los malquistos con el favorito real.[18] Aunque buena parte de los nobles que apoyaban al príncipe pretendían únicamente la caída de Godoy, las ambiciones de Fernando y de su círculo más próximo se dirigían a conseguir cuanto antes el trono, sin importarles la suerte que pudiera correr el rey Carlos IV. Por ello, continuaron con la campaña de desprestigio contra Godoy y contra la reina María Luisa, a la que consideraban el obstáculo clave para ese plan, ya que era el principal apoyo de Godoy.[nota 6] Con el pleno consentimiento y participación del príncipe Fernando continuaron con una soez campaña de desprestigio contra Godoy y la reina, que consistió en la elaboración de dos series de treinta estampas a todo color cada una, acompañadas de textos que explican o complementan los dibujos, en las que, en palabras del historiador Emilio La Parra López, «en tono procaz y a base calumnias se ridiculizó hasta lo indecible a la reina y a Godoy». La primera serie estaba dedicada al encumbramiento de Godoy —apodado en las estampas como «Manolo Primero, de otro nombre Choricero» o como AJIPEDOBES (que debe leerse de derecha a izquierda)— gracias a los favores de la reina María Luisa, que era presentada como una depravada sexual devorada por la lujuria.[25]
El derrocamiento de los borbones napolitanos por Napoleón y el fallecimiento de la princesa de Asturias propiciaron un vuelco del alineamiento de las fracciones españolas respecto del emperador francés. La posibilidad de que Fernando casara con una pariente de este hizo que el príncipe negociase con Napoleón, que, por su parte, dejó de apoyarse en Godoy, como había hecho entre 1804 y 1806.[26] Fernando estaba dispuesto a humillarse ante el emperador con tal de conseguir su favor y su auxilio para deshacerse de Godoy.[27] Las negociaciones impulsadas por el embajador francés para que Fernando contrajera su segundo matrimonio con una dama Bonaparte coincidieron en 1807 con el empeoramiento de la salud de Carlos IV. El príncipe de Asturias quería asegurarse la sucesión y anular al valido. Godoy y el partido fernandino tuvieron su primer enfrentamiento.[28] Debido a una delación, el complot fue descubierto y Fernando juzgado en lo que se conoce como el proceso de El Escorial.[29] El príncipe denunció a todos sus colaboradores y pidió perdón a sus padres.[30] El tribunal absolvió a los otros acusados, pero el rey, injusta y torpemente a juicio de Alcalá Galiano, ordenó el destierro de todos ellos.[31]
La primera llegada al trono y las Abdicaciones de Bayona
Poco después, en marzo de 1808, ante la presencia de tropas francesas en España (dudosamente respaldadas por el Tratado de Fontainebleau), la corte se trasladó a Aranjuez, como parte de un plan de Godoy para trasladar a la familia real a América desde Andalucía si la intervención francesa así lo requiriese.[32] El día 17, el pueblo, instigado por los partidarios de Fernando, asaltó el palacio de Godoy, Príncipe de la Paz.[33] Aunque Carlos IV se las arregló para salvar la vida de su favorito, acción en la que Fernando tuvo un papel crucial, abdicó en favor de su hijo el día 19, enfermo, desanimado e incapaz de afrontar la crisis.[34][35][nota 7] Estos hechos son los que se conocen como Motín de Aranjuez.[37] Por primera vez en la historia de España, un rey era desplazado del trono por las maquinaciones de su propio hijo con la colaboración de una revuelta popular.[36]
Fernando volvió a la corte, donde fue aclamado por el pueblo de Madrid, que celebró no solo su advenimiento, sino también la caída de Godoy.[38] En otros puntos del país también se celebró el cambio de rey, que se esperaba enderezase la situación.[39] Fernando se apresuró a formar un nuevo Gobierno, compuesto por sus partidarios, y a proscribir a los seguidores de Godoy.[39] Sin embargo, las tropas francesas al mando de Murat ya habían ocupado la capital el día anterior, 23 de marzo.
Los monarcas con Napoleón
El depuesto rey y su esposa se pusieron bajo la protección de Napoleón y fueron custodiados por las tropas de Murat quien, por su parte, albergaba esperanzas de ser encumbrado rey de España por el emperador,[40] quien, sin embargo, tenía otros planes. Envió a un colaborador de su máxima confianza, el general Savary, para que comunicase a Murat su decisión de otorgar el trono de España a uno de sus hermanos y para que llevase a Francia, poco a poco, a la familia real al completo y a Godoy.[41] Fue Savary quien convenció a Fernando de la conveniencia de acudir al encuentro del emperador que viajaba de París a Madrid, a lo que el rey accedió con la esperanza de que Napoleón lo reconociese y respaldase como rey de España.[40] Antes de partir, Fernando nombró una Junta de Gobierno que debía gestionar los asuntos de Estado en su ausencia.[42] En un principio, la entrevista debía celebrarse en Madrid, pero Napoleón, aduciendo asuntos imprevistos de gran urgencia, fue fijando lugares más al norte, para acortar el tiempo de viaje desde Francia: la Granja de San Ildefonso, Burgos, San Sebastián...[43] Finalmente, Fernando VII acudió a Bayona; para asegurarse de que acudiría, los franceses empleaban la velada amenaza de no reconocer la abdicación de Carlos IV y de sostener a este contra Fernando.[44] Así pues, el 20 de abril este pasó la frontera.[45] Aunque aún no lo sabía, acababa de caer prisionero. Fue el inicio de un exilio que duraría seis años. Una prisión disimulada, en un palacio de cuyas inmediaciones no podía salir y con la promesa, siempre postergada, de recibir grandes cantidades de dinero. Carlos IV había abdicado en Fernando VII a cambio de la liberación de Godoy, y Napoleón lo había invitado también a Bayona, con la excusa de conseguir que Fernando VII le permitiese volver a España y recuperar su fortuna, que le había incautado. Ante la perspectiva de reunirse con su favorito e interceder a su favor, los reyes padres solicitaron acudir también a dicha reunión. Escoltados por tropas francesas, llegaron a Bayona el 30 de abril. Dos días más tarde, en Madrid, el pueblo se levantaría en armas contra los franceses, dando lugar a los hechos del 2 de mayo de 1808, que marcan el comienzo de la guerra de la Independencia española.[46]
Entretanto, la situación en Bayona estaba adquiriendo tintes grotescos. Napoleón impidió la llegada de Godoy hasta que todo estuvo consumado, de forma que no pudiese aconsejar a la familia real española, que demostró ser sumamente torpe. A Fernando VII le dijo que la renuncia al trono de su padre, producida tras el motín de Aranjuez, era nula ya que se había hecho bajo coacción, por lo que le exigió que le devolviese su trono.[47] Su propia madre, en su presencia, le había pedido a Napoleón que lo fusilase por lo que le había hecho a Godoy, a ella y a su esposo. Napoleón obligó a Carlos IV a cederle sus derechos al trono a cambio de asilo en Francia para él, su mujer y su favorito, Godoy, así como una pensión de 30 millones de reales anuales. Como ya había abdicado anteriormente a favor de su hijo, consideró que no cedía nada. Cuando llegaron a Bayona las noticias del levantamiento de Madrid y de su represión, Napoleón y Carlos IV presionaron a Fernando para que reconociese a su padre como rey legítimo.[46] A cambio recibiría un castillo y una pensión anual de cuatro millones de reales, que nunca cobró en su totalidad. Aceptó el 6 de mayo de 1808,[48][49] ignorando que su padre ya había renunciado en favor del emperador.[46] Finalmente, Napoleón otorgó los derechos a la corona de España a su hermano mayor, quien reinaría con el nombre de José I Bonaparte.[46] Esta sucesión de traspasos de la corona española se conoce con el nombre de «abdicaciones de Bayona».
No se trataba solo de un cambio dinástico. En una proclama a los españoles el 25 de mayo, Napoleón declaró que España se encontraba frente a un cambio de régimen con los beneficios de una Constitución sin necesidad de una revolución previa. A continuación, Napoleón convocó en Bayona una asamblea de notables españoles, la Junta española de Bayona. Aunque la asamblea fue un fracaso para Napoleón (solo acudieron setenta y cinco de los ciento cincuenta notables previstos), en nueve sesiones debatieron su proyecto y, con escasas rectificaciones, aprobaron en julio de 1808 el Estatuto de Bayona.
Mientras tanto, Fernando VII vio cómo el emperador ni siquiera se molestaba en cumplir su acuerdo e internaba al antiguo soberano, junto con su hermano Carlos María Isidro y su tío Antonio Pascual, en el castillo de Valençay, propiedad de Charles Maurice de Talleyrand, Príncipe de Benevento, antiguo obispo, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón, con el que tramó el golpe de Estado que lo llevó al poder.[50] Allí los recibió el 10 de mayo.[50] Valençay era una propiedad rústica junto a un pueblo de unos dos mil habitantes, aislada en el centro de Francia, a unos trescientos kilómetros de París. Fernando permanecería en Valençay hasta el final de la Guerra de la Independencia. Sin embargo, sus condiciones de cautiverio no fueron muy severas; el rey y su hermano recibían clases de baile y música, salían a montar o a pescar y organizaban bailes y cenas.[51] Disponían de una buena biblioteca, pero el infante don Antonio Pascual puso todos los impedimentos posibles con el fin de que no leyeran libros franceses que pudieran ejercer una mala influencia sobre sus jóvenes sobrinos.[51] A partir del 1 de septiembre de ese año, sin embargo, la marcha de Talleyrand y la negativa de Bonaparte a cumplir lo estipulado con respecto a sufragar sus gastos —cuatrocientos mil francos anuales más las rentas del castillo de Navarra en la Alta Normandía—, hicieron que su tren de vida fuera cada vez más austero, reduciéndose la servidumbre al mínimo.[52] Fernando no solo no hizo intento alguno de huir del cautiverio, sino que llegó a denunciar a un barón irlandés enviado por el Gobierno británico para ayudarlo a fugarse.[52]
Creyendo que nada se podía hacer frente al poderío de Francia, Fernando pretendió unir sus intereses a los de Bonaparte, y mantuvo una correspondencia servil con el corso, hasta el punto de que este, en su destierro de Santa Elena, recordaba así la actuación del monarca español:[53]
No cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección: me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, y reconoció a José, lo que quizás se habrá considerado hijo de la fuerza, sin serlo; pero además me pidió su gran banda, me ofreció a su hermano don Carlos para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia, cosas todas que de ningún modo tenía precisión de hacer. En fin, me instó vivamente para que lo dejase ir a mi Corte de París, y si yo no me presté a un espectáculo que habría llamado la atención de Europa, probando de esta manera toda la estabilidad de mi poder, fue porque la gravedad de las circunstancias me llamaba fuera del Imperio y mis frecuentes ausencias de la capital no me proporcionaban ocasión.
Su humillación servil le llegó al punto de organizar una fastuosa fiesta con brindis, banquete, concierto, iluminación especial y un solemne Te Deum con ocasión de la boda de Bonaparte con María Luisa de Austria en 1810.[54] Cuando el corso reprodujo la correspondencia que le enviaba Fernando en Le Moniteur, para que todos, en especial los españoles, vieran su actuación, este se apresuró a agradecer con desvergüenza a su emperador que hubiese hecho público de tal modo el amor que le profesaba.[54]
Sin embargo, la condición de prisionero de Napoleón creó en Fernando el mito del Deseado, víctima inocente de la tiranía napoleónica. El 11 de agosto, el Consejo de Castilla invalidó las abdicaciones de Bayona,[nota 1] y el 24 de agosto se proclamó rey in absentia a Fernando VII en Madrid.[55] Las Cortes de Cádiz, que redactaron y aprobaron la Constitución de 1812, no cuestionaron en ningún momento la persona del monarca y lo declararon como único y legítimo rey de la Nación española. Siguiendo el ejemplo de las Cortes de Cádiz, se organizaron Juntas de Gobierno provisionales en la mayoría de las ciudades de los territorios en América, las cuales comenzaron por desconocer la autoridad napoleónica para, posteriormente, aprovechar la situación y declarar su independencia total del Imperio español, dando inicio así a las guerras de independencia hispanoamericanas.
El regreso de El Deseado
En julio de 1812, el duque de Wellington, al frente de un ejército anglohispano y operando desde Portugal, derrotó a los franceses en Arapiles, expulsándolos de Andalucía y amenazando Madrid. Si bien los franceses contraatacaron, una nueva retirada de tropas francesas de España tras la catastrófica campaña de Rusia a comienzos de 1813 permitió a las tropas aliadas expulsar ya definitivamente a José Bonaparte de Madrid y derrotar a los franceses en Vitoria y San Marcial. José Bonaparte dejó el país, y Napoleón se aprestó a defender su frontera sur hasta poder negociar una salida.
Fernando, al ver que por fin la estrella de Bonaparte empezaba a declinar, se negó arrogantemente a tratar con el gobernante de Francia sin el consentimiento de la nación española y la Regencia.[56] Pero temiendo que hubiera un brote revolucionario en España, se avino a negociar.[56] Por el Tratado de Valençay de 11 de diciembre de 1813, Napoleón reconoció a Fernando VII como rey, que recuperó así el trono y todos los territorios y propiedades de la Corona y sus súbditos antes de 1808, tanto en territorio nacional como en el extranjero; a cambio, se avenía a la paz con Francia, el desalojo de los británicos y su neutralidad en lo que quedaba de guerra.[57][nota 8] También acordó el perdón de los partidarios de José I, los afrancesados.
Aunque el tratado no fue ratificado por la Regencia, Fernando VII fue liberado, se le concedió pasaporte el 7 de marzo de 1814, salió de Valençay el 13, viajó hacia Toulouse y Perpiñán, cruzó la frontera española y fue recibido en Figueras por el general Copons ocho días después, el 22 de marzo.[58] Fernando regresó a España sin un plan político claro, expectante ante la situación que se encontraría tras su larga ausencia, pero con una actitud netamente contraria a las reformas plasmadas en la Constitución de 1812 que, si bien le reservaban el ejercicio del poder ejecutivo, lo privaban del legislativo —que quedaba reservado a las Cortes— y de la soberanía —que se atribuía a la nación y no al monarca—.[59]
Respecto a la Constitución de 1812, el decreto de las Cortes de 2 de febrero de 1814 había establecido que «no se reconocerá por libre al rey, ni por tanto se le prestará obediencia, hasta que en el seno del Congreso nacional preste el juramento prescrito en el artículo 173 de la Constitución».[58] Fernando VII se negó a seguir el camino marcado por la Regencia, pasó por Gerona, Tarragona y Reus, se desvió a Zaragoza donde pasó la Semana Santa invitado por Palafox, fue a Teruel y entró en Valencia el 16 de abril.[60] Allí lo esperaba el cardenal arzobispo de Toledo, Luis de Borbón, presidente de la Regencia y favorable a las reformas liberales de 1812, y una representación de las Cortes de Cádiz presidida por Bernardo Mozo de Rosales, encargado de entregar al rey un manifiesto firmado por sesenta y nueve diputados absolutistas.[nota 9] Era el llamado Manifiesto de los Persas, que propugnaba la supresión de la Cámara gaditana y justificaba la restauración del Antiguo Régimen.[62] El 17 de abril, el general Elío, al mando del Segundo Ejército, puso sus tropas a disposición del rey y lo invitó a recobrar sus derechos.[63] Fue el primer pronunciamiento de la historia de España.[64]
El 4 de mayo de 1814, Fernando VII promulgó un decreto, redactado por Juan Pérez Villamil y Miguel de Lardizábal,[63] que restablecía la monarquía absoluta y declaraba nula y sin efecto toda la obra de las Cortes de Cádiz:[65]
[...] mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes [...] sino el de declarar aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y súbditos de cualquiera clase y condición a cumplirlos ni guardarlos.
Modesto Lafuente (1869), Historia general de España, tomo XXVI, 2.ª ed.[66]
Tras reponerse de un ataque de gota, el rey salió el 5 de mayo desde Valencia hacia Madrid. Había nombrado capitán general de Castilla la Nueva a Francisco de Eguía,[nota 10] absolutista acérrimo, quien se adelantó a la comitiva real y se encargó expeditivamente de organizar la represión en la capital, arrestar a los diputados doceañistas y despejar el panorama para la entrada triunfal del monarca.[69] Detenidos los miembros de la Regencia, los ministros y los partidarios de la soberanía nacional, el golpe de estado se consumó en la madrugada del 11 de mayo con la disolución de las Cortes exigida por Eguía y ejecutada sin oposición por su presidente Antonio Joaquín Pérez, uno de los firmantes del Manifiesto de los Persas.[63][70]
El 13 de mayo, Fernando VII, que había permanecido en Aranjuez desde el día 10 a la espera de los acontecimientos, entró triunfalmente por fin en Madrid.[71][72]
Reinado
Primer sexenio absolutista
Durante la primera etapa del reinado, entre los años 1814 y 1820, el rey restableció el absolutismo anterior al periodo constitucional. La tarea que aguardaba a Fernando era extremadamente compleja.[72] La economía del país había sufrido grandes estragos y a ello había que añadir la división política de la población.[72] El país se hallaba en la miseria y había perdido toda su importancia internacional.[73] La nación, que había perdido un millón de habitantes de los doce con los que contaba por entonces, había quedado arrasada por los largos años de combates.[74] A las difíciles comunicaciones con América, que se sufrían ya a finales del siglo anterior, se unió una honda deflación, causada fundamentalmente por la guerra contra los franceses y la de la independencia de los territorios americanos.[75] La pérdida de estos tuvo dos consecuencias principales: agudizar la crisis económica (por la pérdida de los productos americanos, del metal para moneda y del mercado que suponían para los productos ibéricos) y despojar al reino de su importancia política, relegándolo a un puesto de potencia de segundo orden.[76][nota 11] Pese a haber contribuido sustancialmente a la derrota de Napoleón, España tuvo un papel secundario en el Congreso de Viena y en los tratados de Fontainebleau y París.[77] Fernando habría tenido que contar con unos ministros excepcionalmente capaces para poner orden en un país devastado por seis años de guerra, pero apenas contó con un par de estadistas de cierta talla.[78] Tampoco él mismo demostró estar a la altura de los gravísimos problemas que aquejaban al país.[75] La inestabilidad del gobierno fue constante, y los fracasos a la hora de resolver adecuadamente los problemas determinaron los continuos cambios ministeriales.[72]
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La implantación del proteccionismo para tratar de fomentar la industria nacional favoreció el crecimiento espectacular del contrabando, que se ejerció en todas las fronteras y, en especial, en la gibraltareña.[79][nota 12] A la mengua del comercio se sumaba la mala situación de la agricultura y la industria.[81] Uno de los motivos del atraso agrícola era la estructura de la propiedad agraria —además de los estragos bélicos—, que no varió durante el reinado de Fernando.[81] Tampoco mejoraron los métodos de cultivo.[81] La producción, sin embargo, se recuperó en general rápidamente, aunque no así los precios agrícolas, lo que causó penurias en el campesinado, obligado a pagar onerosas rentas y tributos.[81] En esta época se extendió el cultivo del maíz y de la patata.[81] La ganadería también había quedado muy perjudicada por la guerra y la cabaña ovina se redujo notablemente, lo que afectó a su vez a la industria textil, falta además de capital.[82] Esta industria perdió, además, su fuente principal de suministro de algodón al independizarse los territorios americanos, lo que privó también de materia prima a la tabacalera.[83] Económicamente, el reinado de Fernando se caracterizó por la postración y crisis, favorecidas además por el inmovilismo gubernamental, que apenas aplicó ciertos retoques fiscales.[84]
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Pese a la continua penuria económica, la población creció, aunque de manera muy desigual.[84] Se calcula que en el primer tercio de siglo aumentó en al menos un millón y medio de habitantes, pese a los efectos de las guerras.[84] Escaso de población, comparado con otras naciones europeas, aquella se concentraba además en núcleos urbanos, con zonas rurales casi desiertas, situación que chocaba a los observadores extranjeros.[86] No hubo, sin embargo, una transformación profunda de la sociedad ni la implantación de la igualdad teórica ante la ley. Durante el reinado de Fernando, se mantuvo fundamentalmente la estructura social del Antiguo Régimen y la división de la población en estamentos que le era característica.[85] La nobleza y el clero eran numéricamente reducidos y el grueso de la población la componían las escasas clases medias y el abundante campesinado.[87] Más de la mitad de la población se dedicaba por entonces a las labores del campo y apenas una décima parte a la artesanía y la industria.[87] Durante el reinado de Fernando, se redujo el número de artesanos, descaecieron los gremios y comenzó a aparecer el proletariado industrial.[88]
El primer sexenio del reinado fue un periodo de persecución de los liberales, los cuales, apoyados por parte del Ejército, la burguesía y organizaciones secretas como la masonería, intentaron sublevarse varias veces para restablecer la Constitución.[89] Sus intentos fracasaron reiteradamente, pues por entonces los liberales eran pocos y tenían escasa fuerza.[90] Contaron, no obstante, con la colaboración de numerosos guerrilleros, licenciados o postergados en el reducido Ejército de la posguerra.[91] El apoyo de la burguesía se debió, por su parte, al deseo de reformas sociales y económicas que propiciasen el auge del mercado español una vez dadas casi por perdidas las colonias americanas; el florecimiento de la demanda interna era considerado indispensable para relanzar la actividad industrial y comercial.[92] La escasa burguesía propugnaba por ello la reforma de la propiedad campesina, para sacar al campo de la ruina y que los labradores sustituyesen a las fuentes de demanda perdidas; esto se oponía al conservadurismo del rey, que pretendía mantener la situación de 1808.[93] A pesar de que Fernando VII había prometido respetar a los afrancesados, nada más llegar procedió a desterrar a todos aquellos que habían ocupado cargos de cualquier tipo en la administración de José I. Por decisión del monarca y a espaldas del Gobierno, el país ingresó en la Santa Alianza.[94]
Durante el período desaparecieron la prensa libre, las diputaciones y ayuntamientos constitucionales y se cerraron las universidades. Se restableció la organización gremial y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia.
Triunfo temporal de los liberales y gobierno constitucional
En enero de 1820 se produjo una sublevación entre las fuerzas expedicionarias acantonadas en la península que debían partir hacia América para reprimir la insurrección de las colonias españolas.[95] Aunque este pronunciamiento, encabezado por Rafael de Riego, no tuvo el éxito necesario, el gobierno tampoco fue capaz de sofocarlo, y poco después una sucesión de sublevaciones comenzó en Galicia y se extendió por toda España.[96] Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución en Madrid el 10 de marzo de 1820, con la histórica frase:[97]
Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional.
El hundimiento del régimen absolutista se debió más a su propia debilidad que a la fuerza de los liberales. En seis años, había sido incapaz de modernizar las estructuras estatales y aumentar los recursos hacendísticos sin mudar las estructuras sociales ni abolir los privilegios, objetivo que se había propuesto en 1814.[77] Comenzó así el Trienio Liberal o Constitucional. El sometimiento de Fernando a la Constitución y al poder de los liberales fue, sin embargo, contrario a su voluntad.[90] El rechazo a estos se acentuó durante el trienio en el que las dos partes hubieron de compartir el poder.[90]
Durante el Trienio, se propusieron medidas en contra del absolutismo y se suprimieron la Inquisición y los señoríos. Sin embargo, aunque el rey aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba secretamente para restablecer el absolutismo (Regencia de Urgel; sublevación de la Guardia Real en julio de 1822, sofocada por la Milicia Urbana de Madrid).[98] Utilizó, además, los poderes constitucionales para entorpecer la aprobación de reformas que desearon implantar los liberales.[98] El objetivo del rey fue, durante toda esta etapa, el de recobrar el poder perdido en 1820.[98]
Por su parte, los liberales mostraron su bisoñez en los asuntos de Estado y una errónea confianza en que la restauración de la Constitución acabaría por sí sola con los anhelos independentistas en América.[99] Con el rey mantuvieron una constante relación de desconfianza mutua.[99] En su seno pronto surgieron divisiones entre los moderados y los exaltados; los primeros solían tener más experiencia, edad y cultura, mientras que los segundos habían desempeñado un papel destacado en el triunfo liberal de 1820.[99] Los primeros se conformaban con menores reformas y estaban más dispuestos a colaborar con las viejas clases dominantes, mientras que los segundos ansiaban mayores cambios.[100] Esta división complicó la tarea gubernamental de los liberales.[101] Otro obstáculo a su labor era la inclinación hacia el absolutismo del grueso del pueblo llano, en su mayoría analfabeto.[102] El principal adversario del gobierno constitucional, además de los eclesiásticos, fue el campesinado, que constituía el setenta y cinco por ciento de la población española, apegado a tradiciones y viejas instituciones y perjudicado por algunas medidas de los liberales.[103] Los realistas organizaron movimientos guerrilleros similares a los que habían existido durante la guerra contra los franceses y organizaron algunos alzamientos, tan mal planeados e igual de fallidos que los de los liberales del sexenio anterior.[104] Sus partidas, que se multiplicaron en 1822, contaron con más apoyo popular que los movimientos liberales, adoptaron una posición fundamentalmente reaccionaria y acosaron al ejército regular.[105]
En lo referente a la economía, los gobiernos liberales tampoco resultaron más afortunados que los absolutistas, tanto por lo corto de su duración como por lo utópico de las medidas que trataron de aplicar.[84]
Intervención de las potencias y restauración absolutista
El monarca encarecía a las potencias europeas, principalmente a Francia y a Rusia, para que interviniesen en España contra los liberales.[106] Tras el Congreso de Verona, las potencias en efecto solicitaron al Gobierno español que renunciase a la Constitución, petición que fue tajantemente rechazada.[106] Este rechazo decidió finalmente a Francia, que había buscado en vano una solución política y no militar, a invadir España en una operación bien planeada para evitar las requisas y saqueos de la anterior invasión napoleónica.[107] El mando se entregó al duque de Angulema, sobrino del soberano francés.[108] Finalmente, la intervención del ejército francés de los «Cien Mil Hijos de San Luis» —inferior en número pero mejor organizado que el español—, bajo los auspicios de la Santa Alianza, restableció la monarquía absoluta en España (octubre de 1823).[109] La campaña francesa, que comenzó en abril, fue rápida y eficaz y solo encontró una resistencia enconada en Cataluña.[110] El rey fue arrastrado por los liberales en su vana retirada hacia el sur y, ante su oposición a dejar Sevilla y marchar a Cádiz, llegó a ser declarado loco pasajeramente.[111] En agosto comenzó el cerco francés de Cádiz, que capituló el 1 de octubre, tras la promesa real de seguridad para los que habían defendido la Constitución.[112] Se eliminaron todos los cambios del Trienio liberal;[113] por ejemplo, se restablecieron los privilegios de los señoríos y mayorazgos, con la única excepción de la supresión de la Inquisición. Fernando abolió todas las medidas aprobadas por los Gobiernos liberales y proclamó que durante los tres años que había tenido que compartir el poder con ellos no había gozado de libertad.[98] La victoria francesa supuso la restauración de la monarquía absoluta.[112] Los liberales tuvieron que partir al exilio para evitar la persecución.[98] Fernando regresó a Madrid en una marcha triunfal que repitió, en sentido inverso, el camino que había seguido obligado por el Gobierno liberal.[114] Paradójicamente, los franceses, que le había devuelto la autoridad absoluta, desempeñaron a partir de entonces un papel moderador de la política de Fernando y le instaron a conceder ciertas reformas.[115] Para garantizar el trono de Fernando, los franceses mantuvieron un conjunto de guarniciones en el país, que ejercieron también un efecto moderador del absolutismo del rey.[116]
Absolutismo y reformismo moderado
Se inició así su última época de reinado, la llamada «Década Ominosa» (1823-1833), en la que se produjo una durísima represión de los elementos liberales,[117] acompañada del cierre de periódicos y universidades (primavera de 1823). La Real Cédula de 1 de agosto de 1824 prohibió «absolutamente» en España e Indias las sociedades de francmasones y otras cualesquiera secretas.[118][119] Paradójicamente, una de las primeras medidas del nuevo Gobierno absolutista fue la creación del Consejo de Ministros, que en los primeros años mostró escasa cohesión y poder, pero que resultaba una novedad en el sistema de gobierno.[114]
Las intentonas liberales para recuperar el poder, que se sucedieron en la última etapa del reinado (en 1824, 1826, 1830 y 1831), fracasaron.[120] Junto a la represión de los liberales, empero, se llevó a cabo también una serie de reformas moderadas que modernizaron parcialmente el país y que auguraron el fin del Antiguo Régimen y la instauración del Estado liberal, que se consumó tras la muerte de Fernando.[117] A la creación del Consejo de Ministros se unió, en 1828, la publicación del primer presupuesto estatal.[121] Para favorecer el aumento de la riqueza nacional y el de los exiguos ingresos del Estado, se creó el Ministerio de Fomento, de escaso éxito.[121] El cambio en la Secretaría de Estado del conde de Ofalia por Francisco Cea Bermúdez en julio de 1824 supuso un freno a las reformas.[121] El siguiente año fue de acentuación de la persecución de la oposición liberal, formación de cuerpos de voluntarios realistas y de creación de las primeras juntas de fe, sustitutas de la desaparecida Inquisición.[115] En noviembre de 1824, sin embargo, volvieron a abrir las universidades, a las que se dotó de un plan de enseñanza común.[115] Se reguló también la enseñanza primaria.[116] La actitud moderada de los franceses y la templanza de Cea Bermúdez desilusionaron a los monárquicos más extremistas, que quedaron desencantados con la situación tras la derrota liberal de 1823 y comenzaron a formar una oposición al Gobierno a partir de 1824.[116] Se registraron levantamientos absolutistas instigados por el clero y por los partidarios del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando, que se perfilaba como sucesor. Las diversas confabulaciones en favor del infante don Carlos fracasaron, y las investigaciones sobre las tramas siempre evitaron investigar al hermano del rey.[116]
También se consumó la práctica desaparición del Imperio español. En un proceso paralelo al de la península tras la invasión francesa, la mayor parte de los territorios americanos declararon su independencia y comenzaron un tortuoso camino hacia repúblicas liberales (Santo Domingo también declaró su independencia, pero poco después fue ocupada por Haití). Solo las islas caribeñas de Cuba y Puerto Rico, junto con las Filipinas, las Marianas (incluyendo Guam) y las Carolinas, en el Pacífico, permanecían bajo el dominio de España.
En 1829 una expedición partió desde Cuba con la intención de reconquistar México al mando del almirante Isidro Barradas. La empresa acabó finalmente derrotada por las tropas mexicanas.
En 1827 tuvo que sofocar una revuelta en Cataluña.[122] El descontento de los monárquicos por el reparto de puestos y favores tras la restauración absolutista de 1823, la mengua de los precios agrícolas que atizó el malestar de los campesinos y el rechazo a la presencia de las tropas francesas en la región se unieron para favorecer la causa del pretendiente don Carlos.[123] La mayoría de los revoltosos eran gente sencilla, harta de los abusos de la administración, que fue utilizada por los ultraconservadores. Aunque tardía, la respuesta gubernamental fue eficaz. En septiembre de 1827 el conde de España recibió el mando de un ejército de veinte mil soldados para aplastar la revuelta y Fernando se aprestó a visitar la región.[124] A finales del mes, llegó a Tarragona y en octubre los sublevados habían entregado las armas.[123] En las semanas siguientes, las unidades francesas evacuaron el territorio y el 3 de diciembre Fernando llegó a Barcelona.[123] Permaneció en ella hasta la primavera; en abril volvió a Madrid, visitando de camino varias ciudades del noreste del país.[123]
El fracaso del alzamiento dio cierta estabilidad al Gobierno, que emprendió seguidamente una serie de reformas: en octubre de 1829 aprobó el código de comercio; ese mismo año se creó un cuerpo de carabineros de costas y fronteras para tratar de frenar el abundante contrabando y se concedió a Cádiz la condición de puerto franco, para compensar el declive de su comercio con América.[125] En estos últimos años de reinado se perfiló el proyecto de creación del banco de San Fernando y la Ley orgánica de la Bolsa.[125]
En octubre de 1830, las tropas reales desbarataron un nuevo intento de invasión liberal, esta vez desde Francia, acaudillada, entre otros, por Espoz y Mina.[126] Lo mismo ocurrió con el proyecto de Torrijos desde Gibraltar del año siguiente.[127]
Durante su reinado otorgó, entre títulos de España y títulos de Indias, ciento veintitrés títulos nobiliarios, veintidós de los cuales fueron Grandes de España.
Sucesión de Fernando VII
El fallecimiento de la reina María Amalia el 18 de mayo de 1829 y la mala salud del rey parecieron favorecer las aspiraciones del hermano de este, don Carlos, al trono, que deseaban los monárquicos más exaltados.[128] El infante era el heredero en caso de que el rey muriese sin descendencia.[128] Fernando, sin embargo, optó por casarse de inmediato por cuarta vez, con su sobrina María Cristina, hermana de su cuñada, Luisa Carlota, esposa de su hermano Francisco de Paula.[128] El matrimonio se celebró el 9 de diciembre de 1829.[128] El 10 de octubre del año siguiente nació la heredera al trono, Isabel.[129] Tuvo otra hija, la infanta Luisa Fernanda, en 1832.[129]
El 31 de marzo de 1830 Fernando promulgó la Pragmática Sanción, aprobada el 30 de septiembre de 1789, bajo Carlos IV, pero que no se había hecho efectiva por razones de política exterior. La Pragmática establecía que si el rey no tenía heredero varón, heredaría la hija mayor. Esto excluía, en la práctica, al infante Don Carlos María Isidro de la sucesión, por cuanto ya fuese niño o niña quien naciese sería el heredero directo del rey.[129] De esta forma, su hija Isabel (la futura Isabel II), nacida poco después, se veía reconocida como heredera de la corona, con gran disgusto de los partidarios de don Carlos, el hermano del rey.
En 1832, hallándose el rey enfermo de gravedad en La Granja, cortesanos partidarios del infante consiguieron que Fernando VII firmara un Decreto derogando la Pragmática.[130] Con la mejoría de salud del rey, el Gobierno de Francisco Cea Bermúdez, que sustituyó de inmediato al anterior y se apoyó tanto en los liberales como en los reformistas, la puso de nuevo en vigor a finales de año.[131] Su principal labor fue asegurar la sucesión de Isabel y frustrar las esperanzas del infante don Carlos.[132] Para asegurar la autoridad real, Fernando, aún convaleciente, la delegó en su esposa el 6 de octubre.[133] Tras ello, don Carlos marchó a Portugal. Entre tanto, María Cristina, nombrada regente durante la grave enfermedad del rey (la heredera Isabel apenas tenía tres años en ese momento), inició un acercamiento hacia los liberales y concedió una amplia amnistía para los liberales exiliados, prefigurando el viraje político hacia el liberalismo que se produciría a la muerte del rey.[133] Los intentos de los partidarios de su hermano por hacerse con el poder, a finales de 1832 y comienzos de 1833, fracasaron.[134] Tras una sorprendente pero breve recuperación a comienzos de 1833, Fernando murió sin hijos varones el 29 de septiembre.[135] Se hallaba enfermo desde julio.[128] Fue enterrado el 3 de octubre, en el monasterio de El Escorial.[136] El infante don Carlos, junto a otros realistas que consideraban que el legítimo heredero era el hermano del rey y no su hija primogénita, se sublevaron y empezó la Primera Guerra Carlista. Con ello hizo su aparición el carlismo.
Legado
España cambió intensamente durante el reinado de Fernando VII.[137] El Antiguo Régimen, caracterizado por el poder cuasi absoluto del monarca, estaba dando paso a la monarquía liberal, pese a la férrea oposición de Fernando; el poder del rey quedaba limitado y la soberanía pasaba a la nación.[138] La ideología liberal comenzaba también a afectar a la economía, hasta entonces bastante rígida y controlada por el Estado.[138] La burguesía surgió como grupo social pujante y motor económico.[139]
El país perdió casi todos los territorios americanos y con ellos su papel de potencia principal.[139] La actitud del rey fue la de oposición vana a las corrientes reformadoras y revolucionarias de la época.[140] Su inmovilismo económico, político y social acrecentó las graves crisis que aquejaron al país durante el reinado.[141] No logró tampoco reconciliar a los partidarios de los cambios radicales y a los que preferían conservar los antiguos usos, cada vez más enfrentados.[141]
Matrimonios y descendencia
Fernando VII contrajo matrimonio en cuatro ocasiones:[19]
- En 1802 se casó con su prima María Antonia de Nápoles (1784-1806), hija de Fernando IV de Nápoles y María Carolina de Austria, aunque la primera candidata a casarse con el príncipe Fernando había sido María Augusta de Sajonia.[19] María Antonia sufrió dos abortos, y no hubo descendencia.[20] La boda, celebrada en Barcelona el 4 de octubre de 1802, fue un doble enlace entre las dos ramas de los Borbones de España y de Nápoles, pues al mismo tiempo la infanta María Isabel de Borbón se casó con el príncipe heredero Francisco de Nápoles.[19] Según el historiador Emilio La Parra López, «el matrimonio de Fernando con María Antonia fue sugerencia, o más bien exigencia, de la corte napolitana para permitir el otro enlace. (…) Al final, prevaleció la razón dinástica y los monarcas españoles aceptaron la 'imposición' de María Carolina de Nápoles porque aspiraban a formar un sólido bloque con los dos reinos italianos de la familia [el de Nápoles y el de Etruria, cuyo soberano estaba casado con María Luisa de Borbón, hija de Carlos IV]. Este bloque podría contar con la ayuda de Inglaterra y de este modo España estaría en disposición de contrarrestar las cada vez más onerosas exigencias de Bonaparte».[142] Falleció de tuberculosis el 21 de mayo de 1806.[20]
- En 1816 Fernando se casó en segundas nupcias con su sobrina María Isabel de Braganza, infanta de Portugal (1797-1818), hija de su hermana mayor Carlota Joaquina y de Juan VI de Portugal.[143] Fue desatendida por Fernando, que mantuvo durante el matrimonio con ella abundantes aventuras amorosas.[144] Dio a luz a una hija que vivió poco más de cuatro meses. Poco después, estando de nuevo embarazada, falleció a causa de una cesárea mal hecha, que tampoco salvó a la hija.[144] Modesto Lafuente dice que murió de un ataque de alferecía[145][146] y fue el primero que se hizo eco de los rumores a que dio origen el suceso: hallándose en avanzado estado de gestación y suponiéndola muerta, los médicos procedieron a extraer el feto, momento en el que la infortunada madre profirió un agudo grito de dolor que demostraba que todavía estaba viva.
- María Isabel Luisa Fernanda (21 de agosto de 1817-9 de enero de 1818).
- Un aborto (26 de diciembre de 1818).
- En 1819 se casó por tercera vez con María Josefa Amalia de Sajonia (1803-1829),[128] hija de Maximiliano de Sajonia y Carolina de Borbón-Parma.[147] No tuvieron descendencia.[148]
- Finalmente, en 1829, se casó con otra de sus sobrinas, María Cristina de las Dos Sicilias (1806-1878), hija de su hermana menor María Isabel de Borbón y Francisco I de las Dos Sicilias.[149] Tuvieron dos hijas:[150]
Isabel II (1830-1904), reina de España (1833-1868).
Luisa Fernanda (1832-1897), infanta de España, casada con el duque de Montpensier.
Ancestros
Ancestros de Fernando VII de España
16. Luis, Gran Delfín de Francia | ||||||||||||||||
8. Felipe V de España | ||||||||||||||||
17. María Ana de Baviera | ||||||||||||||||
4. Carlos III de España | ||||||||||||||||
18. Eduardo II Farnesio | ||||||||||||||||
9. Isabel de Farnesio | ||||||||||||||||
19. Dorotea Sofía del Palatinado-Neoburgo | ||||||||||||||||
2. Carlos IV de España | ||||||||||||||||
20. Augusto II de Polonia | ||||||||||||||||
10. Augusto III de Polonia | ||||||||||||||||
21. Cristiana Eberardina de Brandeburgo-Bayreuth | ||||||||||||||||
5. María Amalia de Sajonia | ||||||||||||||||
22. José I de Austria | ||||||||||||||||
11. María Josefa de Austria | ||||||||||||||||
23. Guillermina Amalia de Brunswick-Luneburgo | ||||||||||||||||
1. Fernando VII de España | ||||||||||||||||
24. Luis, Gran Delfín de Francia (=16) | ||||||||||||||||
12. Felipe V de España (=8) | ||||||||||||||||
25. María Ana de Baviera (=17) | ||||||||||||||||
6. Felipe I de Parma | ||||||||||||||||
26. Eduardo II Farnesio (=18) | ||||||||||||||||
13. Isabel de Parma (=9) | ||||||||||||||||
27. Dorotea Sofía del Palatinado-Neoburgo (=19) | ||||||||||||||||
3. María Luisa de Parma | ||||||||||||||||
28. Luis de Francia | ||||||||||||||||
14. Luis XV de Francia | ||||||||||||||||
29. María Adelaida de Saboya | ||||||||||||||||
7. Luisa Isabel de Francia | ||||||||||||||||
30. Estanislao I de Polonia | ||||||||||||||||
15. María de Polonia-Litunia | ||||||||||||||||
31. Duquesa Catalina de Lituania | ||||||||||||||||
Personalidad de Fernando
Aspecto y problemas físicos
No parece que el rey fuese agraciado físicamente. En los retratos de Fernando VII realizados por Goya y otros artistas —es lógico pensar que los artistas intentasen favorecer en lo posible a los retratados—[152][153] se ve a un hombre obeso, con un labio superior deprimido, maxilar inferior prognatado, frente prominente, nariz grande, carnosa y curvada y ojos pequeños y estrábicos. Sus contemporáneos le asignaban una estatura «media», lo que para aquellos años significa unos 165 cm.[154] Sufría de gota (se cree que comía demasiado, especialmente carnes rojas) y se dice que padecía, además, una hipertrofia genital, una malformación que dificultaba mucho el coito.[nota 13] La primera esposa, María Antonia de Nápoles, dejó escrito cómo, sintiéndose engañada, estuvo a punto de desmayarse la primera vez que vio a Fernando VII, al comprobar con espanto que el «mozo» más bien feo del retrato era en realidad poco menos que un adefesio.[157] La princesa le contó a su madre que pasaban los meses y Fernando aún no había consumado su matrimonio. Cuando al cabo de casi un año por fin lo hizo, la reina María Carolina escribió: «Por fin “ya es marido”». Según Emilio La Parra López, «al parecer, lo que realmente desazonó a María Antonia y, por ende, a su madre, fue la carencia afectiva del príncipe y su impotencia sexual. Fernando era un joven inmaduro, afectado de macrogenitosomía (desarrollo excesivo de los genitales), causa de la aparición tardía de los caracteres sexuales secundarios; no se afeitó hasta seis meses después de la boda. Su acusada timidez y su abulia, que tanto molestaron a su esposa, le incapacitaron para hacer frente a una situación para él imprevista».[158] Por otro lado, el rey era además un fumador empedernido de cigarros, lo que le hacía tener un aliento fétido.[159]
Su más reciente biógrafo, el historiador Emilio La Parra López, lo describe como «un hombre de mediana estatura, corpulento (en 1821 pesaba 103 kilos...) Gran comilón, su obesidad fue en aumento con el tiempo, circunstancia que su pintor preferido, Vicente López, no pudo ocultar. En los excelentes retratos realizados por este artista se observa la creciente obesidad, la pérdida de cabello y el prematuro envejecimiento del monarca, cuyo aspecto es cada vez más abotargado. En todas las imágenes, sean de López o de otros pintores, es patente el prognatismo de Fernando, con muchos rasgos que lo asemejan al síndrome descrito por Crouzon como disostosis cráneo-facial: cara alargada y maxilares superiores deprimidos, lo cual es causa del aumento aparente del tamaño del maxilar inferior (prognatismo) y la falta de oclusión dentaria».[160] Un periodista extranjero que lo conoció en 1823 señaló la «deformidad» de su rostro, especialmente manifiesta en la protuberancia de su barbilla y labio inferior «que parecen formar parte de las facciones superiores», en las que destacaba una nariz desproporcionadamente grande. Pero también dijo haberse sentido muy impresionado por «la mezcla de inteligencia, altanería y debilidad de su mirada». Un oficial francés que también trató en persona al rey intuyó «su carácter duro e incluso brutal [detrás de esa] fisonomía nada simpática».[161]
Carácter
Más difícil resulta describir la psique del monarca y sus virtudes y defectos. Salvo los panegíricos descaradamente adulatorios,[162] la valoración generalizada de historiadores y cronistas de las cualidades del Deseado es muy desfavorable, si no claramente pésima. Estaba dotado de una inteligencia normal, no exenta de astucia y viveza, pero su carácter parece haber estado sometido a la cobardía,[30] a la doblez[163] y a una suerte de egoísmo hedonista. Uno de sus críticos más implacables fue el diplomático e historiador marqués de Villaurrutia, quien afirma que desde pequeño, el rey mostró ser insensible al cariño de sus padres o cualquier otra persona, cruel y taimado; y como rey, y a pesar de «no haber habido nunca un monarca más deseado», fue cobarde, vengativo, despiadado, ingrato, desleal, mentiroso, mujeriego y cazurro... y en fin, desprovisto de cualquier aptitud para ser rey.[157]
Existen varios testimonios contemporáneos de Fernando VII que hablan de su carácter rencoroso y vengativo. Uno de los principales es el del célebre marino Cayetano Valdés, quien escoltó al rey y su familia en la falúa que los llevó de Cádiz a El Puerto de Santa María el 1 de octubre de 1823, siendo este breve trayecto el acto final del Trienio Liberal y el éxito definitivo de la invasión de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis. Una vez desembarcados todos en El Puerto de Santa María tal y como el gobierno constitucional a punto de disolverse había acordado con el duque de Angulema, el rey se volvió a Valdés para echarle «una mirada de las que amenazan y aterran, a la que daban más efecto el semblante y ojos de aquel príncipe, llenos de expresión maligna, donde aparecían a la par lo feroz y lo doble».[164] Según cuenta un testigo francés de aquellos hechos, el almirante leyó en aquella mirada «su sentencia de muerte. Así, permaneciendo ajeno a la escena que tenía delante, en medio de las aclamaciones que resonaban en la orilla, sin saludar a Su Majestad ni pedir permiso a nadie, se apresuró a virar la falúa y se hizo a la mar a golpe de remos».[165] La precipitada vuelta de Valdés a Cádiz se reveló prudentemente acertada. Antes de que terminara ese mismo día 1 de octubre, el rey redactó un decreto en el que se retractaba de sus compromisos, puestos por escrito, de moderación y clemencia de la víspera, derogaba todo lo aprobado por las Cortes desde 1820 y desataba la represión de los liberales, empezando por la condena a muerte de los tres miembros de la regencia provisional nombrada en Sevilla el 11 de junio anterior, cuando las Cortes habían suspendido temporalmente a Fernando VII en sus funciones. Uno de esos tres regentes no era otro que Valdés, siendo los otros dos el también marino Gabriel Císcar y el general Gaspar de Vigodet. Merece la pena resaltar que prácticamente hasta el mismo 1 de octubre el rey había lisonjeado varias veces a Valdés, llegando incluso a decirle «que le estimaba mucho más de lo que él creía», y que ese mismo día, apenas unas horas antes, Fernando había puesto como condición para hacer el trayecto de Cádiz a El Puerto por mar que la falúa la capitaneara Valdés, «diciéndole que con él no temería el paso de la barca».[166] Cuando su aliado francés —y Borbón, como él—, el duque de Angulema, lo instó a decretar una amnistía, Fernando le contestó instándolo a que escuchara los gritos de «¡Viva el rey absoluto y la Santa Inquisición!» que se proferían en la calle, y añadiendo que esa era la voluntad del pueblo. Al oír aquello, Angulema abandonó esa primera reunión con el monarca español con un «poco disimulado disgusto».[167]
Autores como Comellas o Marañón,[168] que han trabajado para comprender mejor el reinado de Fernando VII y ofrecer una visión ecuánime de su actuación y personalidad, no difieren mucho de las opiniones anteriores. Marañón dice del monarca que era «si no inteligente, pillo al menos». Comellas, más amable con el retrato del rey, lo define como una persona vulgar sin imaginación, «arrestos» ni ideas brillantes, y citando a testigos señala que todos los días despachaba con sus ministros, aunque ya bien entrada la tarde; para este autor sería una persona sencilla, apacible, bienhumorada y hogareña (a pesar de sus continuas infidelidades), capaz de conmoverse ante la necesidad de los más humildes y sensible a atrocidades como la tortura (una de sus primeras decisiones como rey fue la confirmación de la abolición del tormento decretada por las Cortes de Cádiz), cualidades estas que ni eran suficientes para sustituir la necesidad que la nación tenía de un monarca muy distinto a Fernando. La virtud más reconocida, aun por sus enemigos, era la sencillez y campechanía,[7] aunque a menudo esta sencillez caía en lo meramente soez y chabacano.[169] Era más cercano al trato popular y las costumbres sencillas que a la rigidez de la ceremonia cortesana tradicional.[170] Carecía de una sólida formación y de curiosidad intelectual, pero era aficionado a las manualidades, a la música, la pintura, la lectura y la tauromaquia.[171]
Sin embargo, a pesar de las ocasionales muestras de generosidad con los más necesitados señaladas por Comellas —y que alimentaban el amor que el pueblo llano sentía por el Deseado—, y a pesar de la forma metódica con que despachaba con su gabinete, se le achaca una falta de interés por los asuntos de Estado, que prefería abandonar en sus ministros y que supeditaba a su codicia o interés personal: Ángel Fernández de los Ríos señala que Fernando VII tenía antes de su muerte 500 millones de reales depositados en el Banco de Londres, al tiempo que la deuda nacional había aumentado durante su reinado en 1 745 850 666 reales.[172]
La catedrática de la Universidad de Valencia Isabel Burdiel escribe que «su manera de reinar consistió siempre en dividir y enfrentar entre sí a cuantos le rodeaban, de forma que potenció en todos ellos, a través del desconcierto y del terror, el más abyecto servilismo. Ladino, desconfiado y cruel, dado al humor grueso y a las aventuras nocturnas, el rey podía ser muy manipulable si se sabía atender bien a sus deseos».[173]
Dando por buenas las peores acusaciones, el psiquiatra e historiador Luis Mínguez Martín, reconoce en Fernando VII un «encanto superficial, labia y una actitud seductora y acomodaticia» que ocultaba una personalidad disocial, antisocial o psicopática, manifestada en «el desprecio hacia los derechos y sentimientos de los demás, el cinismo y el engaño, la mentira y la manipulación, la falta de responsabilidad social y de sentimientos de culpa y los mecanismos proyectivos».[174]
Su más reciente biógrafo, el historiador Emilio La Parra López, señala su ordinariez a la hora de expresarse, puesto que con frecuencia utilizaba expresiones soeces y tacos, como la exclamación «¡carajo!» ante ministros y altos cargos, llegando en una ocasión, el 18 de febrero de 1822, a espetar a sus ministros en presencia incluso de un enviado del duque de Wellington: «¡Carajo! Tengo más cojones que Dios. Tengo bastantes cojones para comer á [sic] todos vosotros. ¡Fuera, fuera, carajo!».[175] Esta tendencia al lenguaje soez y vulgar probablemente fuese debida a su afición a emplear el estilo coloquial y castizo de la servidumbre de palacio. La Parra apunta también como rasgos dominantes de su carácter «el disimulo, la desconfianza, la crueldad y el espíritu vengativo». Señala también su campechanía, lo que junto con su vulgaridad y su capacidad para el disimulo «le permitió mostrarse como un rey próximo a sus súbditos, incluso amable», una impresión que Fernando alimentaba con gestos de diversas formas cuando realizaba paseos por Madrid y por las ciudades que visitó, durante las audiencias particulares o cuando acudía a espectáculos públicos, como los toros, su gran afición, o el teatro. La Parra considera que era «débil de carácter y de espíritu», lo que lo hacía muy influenciable por las personas que lo rodeaban y también que solo tomara iniciativas «cuando consideró que sus oponentes estaban debilitados, pues la valentía ante las situaciones adversas no fue una de sus cualidades». Según La Parra López, «el juicio más demoledor sobre la personalidad de Fernando VII lo expresó Napoleón durante su encuentro en Bayona. De esta forma lo presentó a Talleyrand: «Es indiferente a todo, muy material, come cuatro veces al día y no tiene idea de nada»; «es muy estúpido (bête) y muy mezquino (méchant)». La Parra añade: «Pero Fernando no era bobo o tonto. Es probable que en aquella situación, sorprendido y desorientado, hiciera uso de su característico disimulo y se escudara en el silencio, uno de sus habituales recursos ante situaciones adversas».[176]
En cuanto a sus aficiones, Fernando nunca fue un buen jinete ni le interesó la caza como a su padre y a su abuelo. Con el tiempo se convirtió en un buen jugador de billar y su principal afición fue leer y adquirir libros, hasta formar una biblioteca importante. Le encantaba cortar los pliegos de los libros intonsos. También tenía la costumbre de escribir con una caligrafía muy cuidada sobre los viajes que realizaba en forma de diario, empezando por el que realizó junto con sus padres entre el 4 de enero y el 22 de marzo de 1796 a Sevilla, pasando por Badajoz, cuando aún no había cumplido los doce años de edad.[177]
La imagen del rey Fernando ante sus súbditos
Según el historiador Emilio La Parra López, «Fernando siempre fue querido por la generalidad de sus súbditos» que veían en él al «príncipe inocente y virtuoso», una imagen construida durante la Guerra de la Independencia por los «patriotas» que luchaban en su nombre contra Napoleón y contra la Monarquía de José I Bonaparte. De ahí el apodo de «el Deseado». «El ensalzamiento de Fernando VII constituyó el centro de la intensa actividad orientada a crear un ambiente de beligerancia generalizada, porque en el rey se simbolizó la agresión institucional perpetrada por el emperador francés. En consecuencia, Fernando fue presentado ante la opinión pública como lo opuesto al responsable de la crisis interna (Godoy) y al que pretendía cambiar la dinastía (el tirano Napoleón). Fernando encarnaba el Bien y los otros el Mal. A partir de ahí, se construyó una imagen fabulosa de Fernando VII». Esta imagen perduró tras su vuelta del «cautiverio» de Valençay incluso entre los liberales a los que persiguió con saña y, aunque su popularidad perdió fuerza progresivamente, al final del reinado aún despertaba el entusiasmo popular, como se demostró durante el viaje que realizó por Cataluña y el norte de España en 1827-1828 o con motivo de su matrimonio con María Cristina de Borbón, en 1830.[179]
Por lo tanto, la imagen de Fernando VII ante sus súbditos fue siempre la del valiente rey que se enfrentó al tirano Napoleón, negándose a renunciar a su corona durante los seis años de su cautiverio (mucho más amable del que los españoles pensaban). Esta heroica actitud, pese a ser completamente falsa (al fin y al cabo a Napoleón no le había costado nada obtener de Fernando su renuncia al trono en las abdicaciones de Bayona), parecía ser consecuente con la de «los patriotas» que luchaban en España contra los franceses, como si el joven rey pretendiera ser leal a la lealtad de sus súbditos. Pero lo cierto era que Fernando escribió numerosas veces a Napoleón felicitándolo por sus victorias en España e incluso llegando a pedirle que lo adoptara como hijo suyo.
Así pues, la Guerra de la Independencia sentó el mito del «rey deseado» que volvería a hacerse cargo de su sufrido reino si los españoles luchaban tenazmente por ello. Este mito, que perduraría durante todo su reinado, otorgó a Fernando VII una popularidad mucho mayor que la de cualquiera de sus antepasados, la cual se mantuvo en líneas generales inalterable hasta su muerte, pese a los desastres y la represión política que en otras circunstancias habrían bastado para defraudar las altas expectativas depositadas en él desde los tiempos de su enfrentamiento con Godoy y sus padres.
Fernando VII y las artes y las ciencias
Véase también: Estilo fernandino
El rey Fernando VII tuvo la suerte de contar con buenos pintores y mantuvo el mecenazgo borbónico hacia artistas como Francisco de Goya, Vicente López Portaña o José Madrazo. Según Mesonero Romanos, aún «acudía en los últimos días de su existencia, trémulo y fatigoso, a la solemne repartición de premios de la Real Academia de San Fernando».[180] Fomentó las actividades artísticas e intelectuales y la mejora de la enseñanza primaria —principalmente durante el Trienio Liberal— y secundaria —durante la Década Ominosa—.[181] Ocurrió lo contrario con las universidades, que perdieron alumnos y se vieron vigiladas por el Gobierno, que las consideraba focos de liberalismo.[182]
Apoyado por su segunda esposa, Isabel de Braganza, Fernando retomó la idea de José I de crear un Museo Real de Pinturas, y decidió convertir en tal el edificio que Juan de Villanueva había creado como Gabinete de Historia Natural.[180] Gracias a su iniciativa y financiación personal, nacía así el actual Museo del Prado, inaugurado en presencia del propio monarca y su tercera esposa el 19 de noviembre de 1819.[180] Fue aficionado asimismo a la música.[180]
A pesar del supuesto deterioro de la ciencia española y de la fuga de científicos importantes durante su reinado, se deben a Fernando VII una serie de capitales iniciativas. La fuga de científicos se debió principalmente a motivos políticos: los exiliados simpatizaban con los franceses o con los liberales.[182] En 1815 ordenó la restauración del Observatorio Astronómico, muy dañado durante la «francesada».[182] También se reestructuró en aquel tiempo el Real Gabinete de Máquinas en el llamado Conservatorio de Artes.[182] En 1815 también se creó el Museo de Ciencias Naturales y el Jardín Botánico de Madrid.[182]
Por otra parte, Fernando VII es el protagonista de algunas célebres novelas históricas, como Memoria secreta del hermano Leviatán (1988), de Juan Van-Halen, y El rey felón (2009), de José Luis Corral.
Órdenes
Reino de España
Gran maestre de la Orden del Toisón de Oro.
Gran maestre de la Orden de Carlos III.
Gran maestre de la Orden de Isabel la Católica.
Gran maestre de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa.
Gran Maestre de la Real y Militar Orden de San Fernando.[183]
Gran Maestre de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
Extranjeras
- 1814: Caballero de la Orden del Espíritu Santo.[184] (Reino de Francia)
- 1814: Caballero de la Orden de San Miguel.[184] (Reino de Francia)
Caballero de la Orden de la Jarretera. (Reino Unido)[185]
Caballero de la Orden de San Jenaro.[186] (Reino de las Dos Sicilias)
Caballero gran cruz de la Real Orden de San Fernando y el Mérito.[187] (Reino de las Dos Sicilias)
Caballero gran cruz de la Orden de la Legión de Honor. (Reino de Francia)
Caballero gran cruz de la Orden de San Esteban de Hungría.[188]- 29 de agosto de 1818: Caballero de la Orden del Elefante. (Reino de Dinamarca)
Anecdotario
El monarca protagonizó numerosas anécdotas, algunas de las cuales han calado en el acervo popular español:
- Según Pérez Galdós en sus Episodios nacionales, cuando Napoleón se hubo escapado de la isla de Elba y regresado a Francia, el ayuda de cámara, nervioso, no acertaba a vestir a Fernando para la reunión del gabinete convocada para tratar el problema, y el rey dijo: «Vísteme despacio, que tengo prisa».
Mesonero Romanos cuenta que, en 1818, con motivo de su visita a la Exposición Pública de Industria Española, cuando los fabricantes de telas catalanes le mostraron su género pidiendo medidas proteccionistas, el rey exclamó: «¡Bah! Todas estas son cosas de mujeres». Y se fue a dar un paseo por el Retiro.[171]- El rey era un gran aficionado al billar, y solía jugar con los miembros de su camarilla. Estos, deseosos de agradar al soberano, procuraban siempre fallar sus golpes y hacer que las bolas quedasen en inmejorable situación para que el monarca hiciese sucesivas carambolas. De ahí proviene la frase hecha «Así se las ponían a Fernando VII».
- Fernando VII de España mantuvo una gran complicidad con su confesor, el presbítero canario Cristóbal Bencomo y Rodríguez. Esto se deduce de los numerosos títulos que le otorgó el rey, entre los que destacan el de miembro del consejo y cámara de Castilla, Inquisidor general de España (cargo rechazado por el propio Bencomo)[189] y la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Además, cuando Fernando VII retornó a Madrid tras las abdicaciones de Bayona, reclamó la presencia en la corte de su confesor y ordenó desplazar a la isla de Tenerife un navío de guerra con el solo propósito de trasladarlo de regreso a la corte con toda la pompa posible.[190]
En la cultura popular
Fernando VII aparece como personaje en el thriller histórico Volaverunt, del escritor Antonio Larreta. La novela, que relata la muerte de la duquesa de Alba en extrañas circunstancias, está escrita simulando ser un testimonio de puño y letra del mismísimo Manuel Godoy. Por ello, el Fernando VII de la novela no sale bien parado. En esta obra se le presenta como un hombre taimado y con cierta discapacidad mental, con unas claras tendencias homosexuales que desarrolla en la propia obra. Él es otro de los sospechosos de la muerte de la duquesa.
Sucesión
Predecesor: Carlos de Borbón | Príncipe de Asturias 1789-1808 | Sucesora: Isabel de Borbón |
Predecesor: Carlos IV | Rey de España 1808 (19 de marzo-6 de mayo) | Sucesor: José I (No reconocido por las Cortes) |
Predecesor: José I (No reconocido por las Cortes) | Rey de España 1808[nota 1] o 1814[nota 2]-1833 | Sucesora: Isabel II |
Véase también
- Tabla cronológica de reinos de España
- Sexenio Absolutista
- Trienio Liberal
- Década Ominosa
- Cien Mil Hijos de San Luis
Notas
↑ abc El 11 de agosto de 1808, el Consejo de Castilla declaró nulas las abdicaciones de Bayona, reconociendo a Fernando VII rey de nuevo, y formándose regencias en su nombre.[1]
↑ ab Tras regresar a España, y una vez asegurado el apoyo de los diputados absolutistas y del Segundo Ejército al mando del general Elío, Fernando VII retomó las riendas del Gobierno el 4 de mayo de 1814 promulgando un decreto por el que clausuraba las Cortes y declaraba nulos todos sus decretos, incluyendo la Constitución.
↑ La Parra López: «Gobernó con plena autoridad, sin limitaciones ni ataduras de ningún tipo ni procedencia. Desmanteló la obra de los constitucionales, desvirtuó, hasta hacerlos inoperantes, los organismos históricos que atemperaban el poder del monarca absoluto, y a pesar de las muchas concesiones realizadas a la Iglesia y de la retórica sobre la alianza del trono y el altar, mantuvo el tradicional regalismo, esto es, impuso la autoridad civil a la religiosa».[5]
↑ La Parra López: «No debe extrañar el lugar preferente concedido por el obispo Cabrera a la educación religiosa, como había hecho su antecesor. Lo exigía la cultura católica dominante en la época. Lo sorprendente hubiera sido que la religión quedara relegada a un segundo término. (…) Fernando estuvo rodeado de clérigos. Todos sus maestros principales lo fueron... [porque] los eclesiásticos estaban considerados los más indicados».[15]
↑ Las principales facciones políticas del reinado de Carlos III fueron el partido golilla, encabezado por el conde de Floridablanca y el partido aragonés del conde de Aranda. Centralistas y antiaristócratas los primeros, miembros de la nobleza en su mayoría los segundos, ambos grupos coincidieron bajo Carlos IV en su oposición a Godoy lo que, a su vez, fue el germen del partido fernandino.[23]
↑ Según La Parra López: «Limitarse a alejar del poder a Godoy no garantizaba el futuro... De modo que para evitar otro regreso de Godoy, había necesariamente que inutilizar a la soberana y esto solo se podía lograr de una forma: situando a Fernando en el trono».[24]
↑ Según algunos autores, fue coaccionado para dejar el trono. Según otros, fue un acto libre, que ya llevaba tiempo sopesando.[36]
↑ Así como al pago de una pensión anual de treinta millones de reales a sus padres y de dos millones a María Luisa, su madre, cuando quedara viuda.[57]
↑ Sánchez Mantero explica las discrepancias existentes en los historiadores respecto a este número. Para Pintos Vieites fueron 69 los diputados que asistieron a Valencia, mientras que Bayo afirma que 69 fueron los firmantes del manifiesto.[61]
↑ Lafuente dice que su apodo era Coletilla, por llevar su pelo recogido a la manera que se estilaba en tiempos de Carlos III.[67] Payne, con el mismo fundamento, afirma que su mote era «cola de cerdo».[68]
↑ Sin los metales preciosos americanos, España hubo de restringir sus importaciones. Como carecía además de una industria competitiva y había perdido el mercado colonial americano, menguaron también las exportaciones. Entre 1792 y 1827, el comercio con América se redujo en un 90 %, y con Europa, en un 70 %.[76]
↑ El Reino Unido enviaba a Gibraltar tres veces más productos que a toda España, pese a la reducida población del peñón. El grueso de estas mercancías estaba destinada en realidad a ser exportado ilegalmente a España.[80]
↑ Al parecer, los médicos del rey diseñaron una especie de anillo acolchado, que puesto en el pene, impedía la introducción de toda su longitud.[155] Mérimée, en correspondencia privada, refiere a Stendhal cómo una mujer de confianza le relató la noche nupcial de Fernando con Amalia de Sajonia, y el terror de la reina ante un "miembro viril largo como un taco de billar, fino en su base como una barra de lacre, y ancho como un puño en su punta"[156]
↑ La Parra López afirma: «Algunos comentaristas han pretendido ver en la figura femenina una alegoría de la Constitución, pero es muy dudoso, ha puntualizado Gérard Dufour, que en estos momentos el artista se permitiera el lujo de manifestar públicamente sentimientos favorables a la Constitución».[178]
Referencias
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Enlaces externos
Diccionario Biográfico. Real Academia de la Historia Fernando VII
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